Uno de los principales recuerdos del día en que salimos de Tallinn para encaminarnos hacia Tartu es lo odiosa que fue la principal y única carretera que une ambas ciudades.
Fue además y con diferencia, la peor de todo el viaje, porque además de ser de un solo carril por sentido, estaba llena de obras por ser verano, y cuando no las había, teníamos radares de control de velocidad, que no dejaban superar los 90km/h, lo cual la convierte en una ratonera, puesto que no puedes adelantar ni a los camiones.
Tras llegar destrozado del tedioso camino hasta la segunda ciudad del país, nos encontramos con la típica ciudad universitaria, pequeñita y acogedora típica de cuento. Lo principal a visitar es su plaza principal (imag01), donde se pueden degustar algunos platos típicos de la cocina estona, que por entonces ya nos estaba ganando, y que al fin y a la postre del viaje, sería la que más auténtica y elaborada nos pareció de las tres Repúblicas Bálticas.
Además del paseo por el centro histórico de la ciudad y junto al cauce del río, el otro gran atractivo de la misma, es visitar los antiguos edificios de la Universidad (imag02), y sobretodo, subir a un montículo natural que preside la ciudad, y que está a pocos 15 min de la plaza principal.
El paseo se hace muy agradable, y arriba de la loma, a parte de descubrir bonitas vistas sobre la ciudad, encontramos una inmensa catedral semi derruida, cuya escala es preciosa. Esos muros de ladrillo naranja, y los contrafuertes que sostuvieron la más que probable bóveda gótica de arcos cruzados ojivales (imag0304) nos hace darnos más cuenta todavía de la historia tan interesante de la ciudad, y a la vez pensar en las influencias culturales que hubo por la zona. Algo que a partir de este punto aprenderemos por diferentes museos de Letonia, aunque este itinerario de aprendizaje empezó en Tallin, con la visita al curioso Museo de Rocca al Mare.
Está situado a las afueras de la capital, donde se muestran las casas típicas estonas, su forma de construcción, así como la tecnología que usaban para hacer mover los molinos durante todo el año. Sin duda, es un viaje que enseña muchas cosas, y sobretodo las diferencias entre cada uno de estos tres países, tan pequeños para Europa pero tan diferentes entre ellos.
Fue además y con diferencia, la peor de todo el viaje, porque además de ser de un solo carril por sentido, estaba llena de obras por ser verano, y cuando no las había, teníamos radares de control de velocidad, que no dejaban superar los 90km/h, lo cual la convierte en una ratonera, puesto que no puedes adelantar ni a los camiones.
Tras llegar destrozado del tedioso camino hasta la segunda ciudad del país, nos encontramos con la típica ciudad universitaria, pequeñita y acogedora típica de cuento. Lo principal a visitar es su plaza principal (imag01), donde se pueden degustar algunos platos típicos de la cocina estona, que por entonces ya nos estaba ganando, y que al fin y a la postre del viaje, sería la que más auténtica y elaborada nos pareció de las tres Repúblicas Bálticas.
Además del paseo por el centro histórico de la ciudad y junto al cauce del río, el otro gran atractivo de la misma, es visitar los antiguos edificios de la Universidad (imag02), y sobretodo, subir a un montículo natural que preside la ciudad, y que está a pocos 15 min de la plaza principal.
El paseo se hace muy agradable, y arriba de la loma, a parte de descubrir bonitas vistas sobre la ciudad, encontramos una inmensa catedral semi derruida, cuya escala es preciosa. Esos muros de ladrillo naranja, y los contrafuertes que sostuvieron la más que probable bóveda gótica de arcos cruzados ojivales (imag0304) nos hace darnos más cuenta todavía de la historia tan interesante de la ciudad, y a la vez pensar en las influencias culturales que hubo por la zona. Algo que a partir de este punto aprenderemos por diferentes museos de Letonia, aunque este itinerario de aprendizaje empezó en Tallin, con la visita al curioso Museo de Rocca al Mare.
Está situado a las afueras de la capital, donde se muestran las casas típicas estonas, su forma de construcción, así como la tecnología que usaban para hacer mover los molinos durante todo el año. Sin duda, es un viaje que enseña muchas cosas, y sobretodo las diferencias entre cada uno de estos tres países, tan pequeños para Europa pero tan diferentes entre ellos.
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